lunes, 19 de septiembre de 2011

To Reich Mein Heart


To Reich Mein Heart es una novela hipotética de género dramático/histórico y crítica social que narra un romance surgido entre el joven Obersturmführer de la Schutzstaffel (Teniente de las SS), Karl Fiedler y un pobre pianista de jazz negro llamado Hermann Braun, durante la Segunda Guerra Mundial.

El título hace un juego de palabras con reich y reach, alcanzar en inglés, dando lugar a la traducción libre de  Alcanzar mi corazón. Es una parodia de Amante Oscuro, de J. R. Ward, libro de vampiros y esas cosas que leía una amiga mía, y cuyo título pegaba perfectamente para esta historia.

Puse M. Dacosta porque así queda más cool.


Resumen:

Todo comienza una noche lluviosa de 1940 en un pequeño club de Múnich. El Teniente Fiedler se encuentra allí por motivos militares estratégicos, obviamente. Esa noche, decide salir con sus muchachos a divertirse un poco, así que acaban en un pequeño bar llamado Die Jazzy Jazz Nachtclub, donde se toman unas copas y hablan sobre las maravillas del III Reich y de los milagros de Hitler.

Se hace tarde y el barr cierra, así vuelven a la base, pero justo antes de entrar en el taxi, Karl se da cuenta de que se dejó el sombrero en el bar, así que deja a los muchachos que se vayan sin él -porque llueve y todo el mundo sabe que cuando llueve, hay prisa- y se mete en el bar. Allí ve a un hombre negro tocando el piano muy bien. Tocan juntos una pieza y así es como conoce a Hermann, que es tan sólo un bedel que sueña con convertirse en pianista.

El joven teniente comienza a ir más a menudo al club, y gracias a su influencia, mueve un par de hilos y consigue que el pobre bedel alcance su objetivo; ser pianista. Así es como se hacen buenos amigos -siempre con una gran tensión sexual de por medio-, y una buena noche de invierno, Hermann invita a Karl a su apartamento y culminan su amor.

Al principio no lo aceptan, se sienten extraños, pero poco a poco se dan cuenta de que no pueden vivir el uno sin el otro, y que se aman con locura. Entonces comienza La Solución Final y Auschwitz tiene un sitio con el nombre de Hermann escrito. Deben huir.

Así comienza la hermosa y triste historia de dos hombres que a pesar de sus enormes diferencias, consiguen hallar el amor, pero han de huir debido al terrible régimen fascista que vive Alemania. Un nazi y un negro, los polos opuestos, unidos por un amor que no entiende de razas, sexos o ideologías políticas, en una eterna lucha que no pueden vencer.

Pero el amor lo vence todo, y, finalmente, tras mucho esconderse, huir y fingir, el Teniente Karl Fiedler da su vida para que su amado Hermann Braun pueda escapar y salvarse.


Extracto del Capítulo I:

   Allí estaba aquel maldito nazi, ese asqueroso y pretencioso teniente con su uniforme de cuero negro, con sus medallas y esa asquerosa araña, símbolo de su fatuo poder, en el hombro. La lluvia torrencial de fuera le había empapado el traje de payaso, y ahora venía a por su gorra, que en su irónica embriaguez había dejado olvidada en la mesa. Yo, por mi parte, no le hice caso, y seguí tocando una de las viejas canciones que solía tocar mi viejo padre, cuando todavía vivíamos en Berlín. El nazi cogió su gorra y se quedó mirándome tocar, allí plantado, como un idiota.
   -Hey, toca usted realmente bien -dijo el joven teniente.
   -Gracias, señor -dije yo, todo lo lacónico y distante que pude ser.
   -¿Qué canción es esa? Tiene #swag.
   No respondí al momento. Hablar de mi viejo padre no me gustaba, me recordaba a los buenos tiempos, y eso me recordaba inevitablemente a los malos tiempos. Aquellos eran tiempos peores, y aún peores se pondrían.
   -Es una vieja canción que solía tocar mi padre. No sé como se llama.
   El nazi no dijo nada, y se quedó viéndome tocar. Aquello era realmente incómodo.
   -No le he visto tocar durante la velada, esto... -comenzó a decir torpemente.
   -Eso es porque no toco durante la velada señor. Sólo soy un simple bedel.
   -Pues en estos momentos desearía ser un simple bedel para tocar el piano con tal maestría, mi buen amigo.
   No dije nada. Él tampoco. En ese momento debería haberse calado la gorra y haber desaparecido para siempre... pero el destino tenía un hermoso regalo para mí.
   El nazi se acercó al piano y pulsó una tecla. Fue la nota perdida que no conseguía sacar, aquel toque de gracia con el que mi viejo padre solía adornar la melodía. Por supuesto, no dejé ver mi... alegría, pero sí una cierta sorpresa agradable. El teniente habría visto eso y le habría dado confianza a continuar, pues siguió tocando sobre la melodía otra melodía, una sucesión dulce y sutil, como la canela sobre las natillas, aquellas deliciosas natillas que hacía mi viejo padre.
   -Veo que usted también sabe tocar, teniente.
   -Sólo un poco, como hobby.
   Tocó una rápida sucesión en crescendo y suspendió una nota como una sábana blanca de un tendal en una tarde de verano. La lluvia caía a nuestro son.
   -Por cierto, me llamo Karl. Karl Fiedler -comentó, sin dejar de tocar.
   -Hermann Braun, señor, un placer.
   -El placer es mío, por poder compartir este buen rato con usted y su piano, Hermann.
   No dije nada, pero tampoco hacía falta decirlo. En ese momento, sentí que el mundo se paraba, que su lustroso uniforme negro y mi ajado mono de trabajo no existían, que su piel blanca y mi piel negra no importaban. Él era Karl, y yo era Hermann, dos completos desconocidos en una noche lluviosa de abril.
   En ese momento no lo sabía, pero estábamos a punto de empezar algo grande, algo precioso y eterno, algo que ningún Reich sin sentido podría arrebatarnos.
   No estábamos tocando el piano a cuatro manos, sino a dos corazones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario